Francesc Florit Nin

  • (Ciutadella de Menorca, 1960)

El pájaro alza el vuelo por encima de las montañas. Desde su reino de luz, las criaturas de la tierra empequeñecen. Se desdibujan los límites y el territorio aparece de forma continua, sin separaciones. El pájaro grita de plenitud que todo es posible. Su vuelo forma un dibujo en el cielo, que sólo una vasta memoria podría retener. Algunos dicen que marca el mapa del conocimiento, otros que visibiliza la belleza. Y otros dicen que consuela la ansiedad espiritual que se apodera de quien contempla el espacio infinito e incomprensible, un espacio que hay que conquistar y entender. El pájaro se deja llevar por el viento. La libertad con la que se mueve es la envidia de los esclavos. Quien vuela bajo se somete a las leyes implacables. Quien aspira a altos vuelos, salta fronteras y establece nuevas leyes. El pájaro sabe que al principio fue el verbo, pero el verbo no le basta. Explora los límites, los márgenes, los confines, los umbrales, las aceras, las orillas, los horizontes. Lugares donde las palabras enmudecen. Se aventura en tierra de nadie, donde los límites son difusos, porque encuentra el campo sembrado de las transformaciones, el espacio de los flujos, la zona de tránsito. En este espacio indefinido crece la exuberancia de la vida, el lugar donde el pájaro experimenta los cambios, el origen mismo de toda forma nueva, el ámbito donde se entrecruzan los sistemas, donde se fragua la riqueza y la diversidad. Busca la máxima expresión con la mínima energía, que encuentra entre el mundo sensible a sus ojos y el mundo inteligible de la mirada. La aventura de su vuelo es una experiencia del límite.

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